domingo, 8 de octubre de 2017

y yo no quería nada, yo no quería a nadie, estaba convencida -después de esa desepción- que el amor, la confianza y las relaciones no son más que palabras enfermas y vacías. Después de semanas llorando, cuestionándome y autotorturándome pensando no tenía ganas de nada. Creí que el amor era algo extinto, una invención y una utopía en la que alguna vez creí que estuve. No me quedaban ganas de amar ni entregarle nada a nadie. Pero apareciste tú. Sin buscarte te encontré, sin buscarte simplemente llegaste como el otoño llega a las frágiles hojas de un árbol. Derribaste la gruesa capa que se había formado en mí -instantáneamente- porque no tuve que esperar ni un segundo para que encendieras en mí un incendio de emociones que -nunca- pude controlar. Porque sí, el incendio era peligroso para mí, porque aún seguía el miedo, la inseguridad, pero nada pude hacer contra lo que mi corazón de verdad quería. Y aunque intenté controlarlo no pude, fue fulminante, inmediato, y cada hora -mejor dicho, segundo- que pasaba aumentaba y aumentaba. Me adentré en el incendio y fue la mejor decisión que he tomado.